Con certeza, Henrique Capriles, el candidato de la unidad él hizo su trabajo, el cumplió como el mejor. Dedicó ese tiempo de su vida en esa campaña heroica; que le dio tres vueltas al país, en visitas casa por casa, caminando, corriendo, abrazando, compartiendo su fe Mariana, hablando de respeto, tratando a todos como hermanos y hermanas en gesto honesto, mirándole directo a los ojos y, compartiendo la esperanza de que podemos cambiar para mejor, cambiar para tener futuro, que no es otra cosa que utilizar los recurso de la nación de forma honesta, con probidad, con una gestión pública que piense primero en la gente más vulnerable, en el socialmente más débil, que pueda redimir ciertamente. Que no se use como medio de chantaje la ayuda, y hacer sentir al más pobre, que lo es más aun, porque es incapaz de producir sus propias soluciones, porque carece él y sus hijos, de una educación de calidad que lo promueva al progreso, o por qué no tiene la vivienda adecuada para tener una vida con dignidad, vale decir, como dice la constitución que lo plantea como derecho, o un empleo que le permita tener resueltos la seguridad de su familia, o de que simplemente no te maten en una sociedad sin límites, con alto nivel de impunidad y de violencia, o de que no se te persiga y se desconozcan tus derechos por pensar distinto. Vivir en un país en donde los recursos de la nación que son de todos los venezolanos se regalen a países “ amigos” donde se replica las formas y estilos de los de aquí.
Lo mágico de esa campaña es que terminamos siendo dos millones más los que queremos un cambio; que sumamos, no restamos, potenciamos la esperanza de que si se puede. Y por el otro lado Ganaron, pero perdieron espacio muy importante de más del 20% del electorado. Ganamos en las principales capitales del país y en lugares en donde era tradicional el triunfo rojo
Los temas y consignas de la campaña, fueron como añillo al dedo con el candidato, estaban a la medida del hombre que nos representó, con honestidad, mucho sacrificio, valentía e inteligencia.
A él, mi testimonio de gratitud, de solidaridad fraterna, porque aun cuando estaba en la peor de las desventajas, ya que no compitió contra un candidato de carne y hueso como él. Henrique compitió contra el estado, con todas las instituciones que lo componen y con todas sus capacidades, con todos sus recursos financieros y de promoción del otro, utilizando todo contra Henrique Capriles y, contra todos quienes lo acompañábamos, compitió contra el abuso, y el desprecio al respeto a la persona humana; contra la violencia de un discurso descalificante repetido durante muchas horas en esta campaña pasada y de exacerbación de una obra gubernamental inexistente, al punto, que les pidió el propio candidato a la reelección que votaran por él, aun con todas las carencias.
Estas elecciones nos dejan, como todo lo que ocurre, una enseñanza adicional de lo existencial de lo vivencial, de lo real, de lo cuantificable y tangible: somos más, pero somos menos de los que requerimos para alcanzar un cambio. ¿Cómo hacer para que esos que no nos conocen, o no saben de nuestros auténticos propósitos nos entiendan y se asocien a nuestra propuesta? La respuesta la tenemos en los hechos de todos los días: CONOCIÉNDONOS, BUSCANDOLOS Y SIENDO ÚTILES. Más anima una esperanza sembrada en el corazón, en la proximidad de la relación, que cualquier otra cosa en la vida. Esa enseñanza está en los dos mil años de existencia de la iglesia católica, seamos personas de fe o ateos, es un hecho real, la iglesia se resume en la fe y solo en la fe, pero la proclama, busca a las personas donde estén y las hace parte.
Lo que hizo Capriles en tantas casas y pueblos del país fue eso, sembrar la esperanza. La política es esperanza y la esperanza es “esperare” de esperar algo bueno, positivo, animoso, es futuro...
La política tiene y debe de estar fundamentada en la razón, para que sea honesta. El centro y objeto de ella debe de ser el ser humano.
Retirarse de la batalla no es virtud sino cobardía.
Para remediar la abstención culpable de quienes se evaden de sus responsabilidades en el orden y circunstancia que sea importante a la construcción de esa sociedad que aspiramos, bajo el pretexto de que el mundo económico o político “es un mundo podrido”, haría falta afirmar con vigor que, hasta para el espiritualista más puro, es un verdadero crimen no hacer fructificar los talentos a él confiados. Retirarse del peligro de la batalla, no es virtud, es cobardía. Ciertamente se corre el riesgo de ensuciarse las manos. Es verdad que el hombre auténticamente virtuoso que se compromete por vocación y por generosa adhesión a las tareas que le imponen sus responsabilidades políticas, se ve a menudo obligado a hacer decisiones complejas, donde el bien se alía con el mal, donde lo puro, se mezcla a lo impuro, donde sus principios están constantemente en peligro de deslizarse en el expediente fácil o de traicionarlo bajo el pretexto de un éxito inmediato. El mundo conoce ya demasiado cinismo, tiene demasiados partidarios de la tesis que preconiza que “en una crisis lo que debe desaparecer en primer lugar son los valores y principios”. Pero, si el hombre “puro” se disocia del mundo “impuro”, ¿cómo puede en la ley, en las estructuras, en suma en todas las zonas de la actividad humana, un poco más de justicia, un poco más de verdadero amor, un poco más de equidad respecto de la persona humana? Para venir en ayuda de las víctimas de las guerras orgullosas, o de la avaricia estructurada, o del egoísmo codificado, el hombre de preocupación ¿no debe ocupar su lugar y hacer oír su voz? Aquí más que en ninguna parte la omisión es un crimen y una falta grave. Como lo afirmo Toynbee: El hombre será juzgado por el vaso de agua que no hizo llegara aquél que tenía sed, por el pan que no ha dado a aquél que tenía hambre, por el acceso a la dignidad que él no ha hecho posible para aquél que tiene más sed de comunión humana y de respeto, que de calorías y dinero.
El tiempo que sabe curar heridas en el alma, nos traerá el remedio adecuado. Solo nos queda decir que seguimos como siempre: dispuestos, con alegría, cargados de más esperanza de que las cosas pueden y deben cambiar, porque esos cambios los hacemos nosotros todos los días. Es una tarea que no es fácil renunciar, transferir y dejar para que otro la cumpla. Aquí estamos, con el mejor ánimo, ya que los retos fáciles se los dejamos a otros, no seremos parte de la nómina del exilio voluntario, ni de los empantuflados. Aquí estamos, en la Venezuela que amamos, en la que enterraran mis huesos, pero nunca mis sueños, que se han hecho persona, en mis hijos y mis nietos, y en el compartir con amigos y compañeros en esta ruta de la vida
Guillermo Giannotti
Foro San Antonio
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